
Ricardo Lagos Escobar.
América Latina está pasando por un buen momento. En general, los países que
la conforman y como resultado de la coyuntura internacional, han tenido cinco
años de constante crecimiento económico, incluso mayor al alcanzado por la
economía mundial. Hoy, buena parte de los países latinoamericanos ya no
pueden postular a recibir préstamos de apoyo porque ahora son países de
ingreso medio; poco a poco van dejando atrás el subdesarrollo y sus niveles de
pobreza e indigencia.
Este mejoramiento en los ingresos implica un nuevo reto ante el cual varios de
nuestros países necesitan respuestas innovadoras. ¿Qué tipo de sociedad vamos
a tener a futuro? ¿Una sociedad basada en seguros individuales para
resguardarnos ante los distintos desafíos que la vida nos presenta en el ámbito
de la salud, la educación, la vivienda o la jubilación? ¿O impulsaremos una
sociedad solidaria que pueda darnos mayores seguridades de una manera
colectiva? ¿Podemos pasar de una sociedad que reconoce derechos a sus
ciudadanos a una sociedad que le ofrece garantías a los mismos? Creo que
debemos avanzar en esta dirección porque ello apunta a algo nuevo en América
Latina y ya algunos países registran un salto adelante en tal sentido.
Esto por cierto obliga a generar una nueva ecuación entre Estado, Mercado y
Sociedad. Una ecuación donde esos tres factores esenciales de la gobernabilidad
contemporánea tengan similar fuerza y energía de desarrollo. Un Estado eficiente,
moderno y ágil. Un Mercado dinámico e innovador. Una Sociedad de inclusiones
y certezas posibles. Ello convoca a construir un balance armonioso entre la gente,
la economía y la representación pública. Hombres y mujeres demandan desde la
sociedad determinadas protecciones y el mercado, por su parte, es motor del
crecimiento. Pero es el estado, sólido en tanto tenga representación pública, el
cual genera las políticas desde las cuales un país puede asegurar que parte de su
crecimiento llegue a todos y genere la mejor protección social posible.
El centro de esta ecuación es el concepto “garantías”. Crear un tipo de sociedad
donde la gente sienta que hay seguridad concreta a las cuales tiene derecho.
Este es un debate abierto en todos los países con un grado de desarrollo mayor
al alcanzado en los países latinoamericanos. Pero ya llegó la hora de abordarlo
con imaginación y energía entre nosotros. El tema esencial está en saber crecer,
pero también en saber transformar ese crecimiento en modalidades de
protección para la gente. Esta bien cuando una economía crece y es capaz de
generar empleos, pero hoy debemos pedirle ser capaz de contribuir a una
protección social que favorezca la conjunción entre seguridad y eficiencia.
Las políticas deben ser nuevas para situaciones también distintas a las del
pasado. Si miramos como se reconfiguran los mercados de trabajo, aparece el
desafío de garantizar seguridad en las interrupciones que hoy se presentan en la
vida laboral. Países que están por encima de nosotros, como son los más
avanzados de Europa del Este, la joven Corea del Sur, Nueva Zelanda, Grecia o
Portugal tienen una muy superior calidad de incorporación del capital humano en
la actividad económica. En todas las ramas de la economía hay una mejor
calificación de la mano de obra, un sistema educacional con mejores resultados y
un vínculo superior entre desarrollo científico y esfuerzo productivo.
Norberto Bobbio, ese notable filósofo italiano dijo en uno de sus escritos que en
una democracia todos “tenemos que ser iguales en algo”. Ese algo, por cierto,
cabe definirlo por consensos, con acuerdos donde se asegure tanta igualdad
como sea necesaria para garantizar las libertades. Buscar esos acuerdos
también involucra asumir una verdad: las desigualdades si son o se perciben
extremas, generan tensiones capaces de carcomer los fundamentos de la
gobernabilidad. La respuesta, no está en la búsqueda de populismos, a veces
autoritarios y contrarios a las libertades democráticas. La respuesta está en
saber construir consensos y saber ponernos de acuerdo en como seremos
“iguales en algo”. Y por cierto, como “crece” ese algo cuando la economía crece,
lo cual significa que ese algo es un concepto dinámico.
A su vez, el garantizar igualdades reclama otra sabiduría: estas garantías deben
ir a la par con los deberes. Todos tenemos obligaciones a cumplir como
miembros de la comunidad, pero muchas veces hay gente a quienes no les gusta
escuchar esto. Sin embargo, si de verdad estamos por avanzar hacia el
desarrollo, es indispensable hacer carne de estas sociedades la noción de saber
dar junto con recibir. Un país no es una abstracción al cual únicamente se le
exige y se le reclaman protecciones. Quien piensa sólo en sus propios derechos
y se olvida del bien colectivo, en los hechos es un obstáculo al progreso.
Ante este nuevo desafío Latinoamérica tiene un camino largo a recorrer, pero no
hay mucho tiempo para ello. Lo planteamos recientemente en un discurso en la
Universidad de Magallanes, en el sur de Chile. Lo hicimos desde allí pensando
en Chile, pero también pensando en buena parte de nuestros países donde se
constata un grado importante de avance material. Ha llegado la hora de
asegurarnos que ese avance material alcance a todos los sectores, de garantizar
accesos a ciertos mínimos indispensables en educación, en salud, en vivienda y
en todo lo que signifique más justicia social.
A ratos, en nuestros países las tareas del día a día o el encandilamiento de
debates improductivos nos hacen olvidar la urgencia profunda de mirar el largo
plazo. Si tenemos una situación económica un tanto mejor, propongámonos dar
un gran salto adelante, para entregar a nuestros hombres y mujeres una vida
más digna y más segura. Cuando hay menos injusticias o cuando los pueblos
sienten que ya no están al margen de los avances, los sueños individuales y
colectivos se ven posibles. Ese es el gran propósito de una sociedad de garantías.
América Latina está pasando por un buen momento. En general, los países que
la conforman y como resultado de la coyuntura internacional, han tenido cinco
años de constante crecimiento económico, incluso mayor al alcanzado por la
economía mundial. Hoy, buena parte de los países latinoamericanos ya no
pueden postular a recibir préstamos de apoyo porque ahora son países de
ingreso medio; poco a poco van dejando atrás el subdesarrollo y sus niveles de
pobreza e indigencia.
Este mejoramiento en los ingresos implica un nuevo reto ante el cual varios de
nuestros países necesitan respuestas innovadoras. ¿Qué tipo de sociedad vamos
a tener a futuro? ¿Una sociedad basada en seguros individuales para
resguardarnos ante los distintos desafíos que la vida nos presenta en el ámbito
de la salud, la educación, la vivienda o la jubilación? ¿O impulsaremos una
sociedad solidaria que pueda darnos mayores seguridades de una manera
colectiva? ¿Podemos pasar de una sociedad que reconoce derechos a sus
ciudadanos a una sociedad que le ofrece garantías a los mismos? Creo que
debemos avanzar en esta dirección porque ello apunta a algo nuevo en América
Latina y ya algunos países registran un salto adelante en tal sentido.
Esto por cierto obliga a generar una nueva ecuación entre Estado, Mercado y
Sociedad. Una ecuación donde esos tres factores esenciales de la gobernabilidad
contemporánea tengan similar fuerza y energía de desarrollo. Un Estado eficiente,
moderno y ágil. Un Mercado dinámico e innovador. Una Sociedad de inclusiones
y certezas posibles. Ello convoca a construir un balance armonioso entre la gente,
la economía y la representación pública. Hombres y mujeres demandan desde la
sociedad determinadas protecciones y el mercado, por su parte, es motor del
crecimiento. Pero es el estado, sólido en tanto tenga representación pública, el
cual genera las políticas desde las cuales un país puede asegurar que parte de su
crecimiento llegue a todos y genere la mejor protección social posible.
El centro de esta ecuación es el concepto “garantías”. Crear un tipo de sociedad
donde la gente sienta que hay seguridad concreta a las cuales tiene derecho.
Este es un debate abierto en todos los países con un grado de desarrollo mayor
al alcanzado en los países latinoamericanos. Pero ya llegó la hora de abordarlo
con imaginación y energía entre nosotros. El tema esencial está en saber crecer,
pero también en saber transformar ese crecimiento en modalidades de
protección para la gente. Esta bien cuando una economía crece y es capaz de
generar empleos, pero hoy debemos pedirle ser capaz de contribuir a una
protección social que favorezca la conjunción entre seguridad y eficiencia.
Las políticas deben ser nuevas para situaciones también distintas a las del
pasado. Si miramos como se reconfiguran los mercados de trabajo, aparece el
desafío de garantizar seguridad en las interrupciones que hoy se presentan en la
vida laboral. Países que están por encima de nosotros, como son los más
avanzados de Europa del Este, la joven Corea del Sur, Nueva Zelanda, Grecia o
Portugal tienen una muy superior calidad de incorporación del capital humano en
la actividad económica. En todas las ramas de la economía hay una mejor
calificación de la mano de obra, un sistema educacional con mejores resultados y
un vínculo superior entre desarrollo científico y esfuerzo productivo.
Norberto Bobbio, ese notable filósofo italiano dijo en uno de sus escritos que en
una democracia todos “tenemos que ser iguales en algo”. Ese algo, por cierto,
cabe definirlo por consensos, con acuerdos donde se asegure tanta igualdad
como sea necesaria para garantizar las libertades. Buscar esos acuerdos
también involucra asumir una verdad: las desigualdades si son o se perciben
extremas, generan tensiones capaces de carcomer los fundamentos de la
gobernabilidad. La respuesta, no está en la búsqueda de populismos, a veces
autoritarios y contrarios a las libertades democráticas. La respuesta está en
saber construir consensos y saber ponernos de acuerdo en como seremos
“iguales en algo”. Y por cierto, como “crece” ese algo cuando la economía crece,
lo cual significa que ese algo es un concepto dinámico.
A su vez, el garantizar igualdades reclama otra sabiduría: estas garantías deben
ir a la par con los deberes. Todos tenemos obligaciones a cumplir como
miembros de la comunidad, pero muchas veces hay gente a quienes no les gusta
escuchar esto. Sin embargo, si de verdad estamos por avanzar hacia el
desarrollo, es indispensable hacer carne de estas sociedades la noción de saber
dar junto con recibir. Un país no es una abstracción al cual únicamente se le
exige y se le reclaman protecciones. Quien piensa sólo en sus propios derechos
y se olvida del bien colectivo, en los hechos es un obstáculo al progreso.
Ante este nuevo desafío Latinoamérica tiene un camino largo a recorrer, pero no
hay mucho tiempo para ello. Lo planteamos recientemente en un discurso en la
Universidad de Magallanes, en el sur de Chile. Lo hicimos desde allí pensando
en Chile, pero también pensando en buena parte de nuestros países donde se
constata un grado importante de avance material. Ha llegado la hora de
asegurarnos que ese avance material alcance a todos los sectores, de garantizar
accesos a ciertos mínimos indispensables en educación, en salud, en vivienda y
en todo lo que signifique más justicia social.
A ratos, en nuestros países las tareas del día a día o el encandilamiento de
debates improductivos nos hacen olvidar la urgencia profunda de mirar el largo
plazo. Si tenemos una situación económica un tanto mejor, propongámonos dar
un gran salto adelante, para entregar a nuestros hombres y mujeres una vida
más digna y más segura. Cuando hay menos injusticias o cuando los pueblos
sienten que ya no están al margen de los avances, los sueños individuales y
colectivos se ven posibles. Ese es el gran propósito de una sociedad de garantías.
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